Nuestra
profesión está tan desprestigiada y sufre tanto intrusismo que a menudo debo
pensar bien cómo definirme profesionalmente.
¿Qué
soy, un periodista? Bueno, en esencia, sí. Soy periodista pero no de medio,
sino de fuente. Demasiado complicado para alguien que no sea de nuestro sector.
¿Quizás un relaciones públicas? Sí, mira. Ahora pensarán que me dedico a
repartir flyers de chupitos gratis en las puertas de alguna discoteca. Paso.
¿Qué tal comunicador? Me encanta, si no fuera porque la palabra ha perdido
valor al aplicarla a todo comentarista y/o colaborador de cualquier tertulia,
siendo o no titulado en periodismo o comunicación.
Al
final me canso y pienso: ¿qué más da? El nombre de mi profesión no es lo
importante, sino lo que hago. Y es cierto. Pero... ¿qué hago? Solamente lo que
me dejan. ¿Por qué todo el mundo puede opinar sobre nuestra profesión sin tener
ni idea? ¿A caso nosotros corregimos a un arquitecto o un abogado?
Y
después vienen los intrusos. Aquellos que no tienen reparo en llamarse
comunicadores o directores de Comunicación pero que no han pisado nunca la
Facultad. Aquellos que dan lecciones sin aceptar críticas. Aquellos que, aunque
no son capaces de verlo, están dinamitando la imagen de la marca que se supone
que han de cuidar.
Menudo
lío. Si no fuera por la pasión que siento por la comunicación no me meto en
este mundo ni loco.
A
todo esto: ¿No creéis que deberíamos hacer algo de relaciones públicas con
nuestra profesión para mejorar su posicionamiento de marca?
No hay comentarios:
Publicar un comentario